Rosa Leda era una extraña jardinera a la que le encantaba investigar con semillas nuevas y cultivos insólitos. Su peculiaridad despertaba recelo entre los vecinos que atónitos contemplaban sus rarezas, pues le gustaba cantar folías a las flores cada mañana, limpiaba las hojas con un poquito de algodón, echaba una pizca de azúcar cada vez que regaba las plantas…, e incluso en invierno les ponía abrigo. Era una chica solitaria, pues se sentía más cómoda entre jardines, plantas y flores que rodeada de personas.
Un día recibió en su jardín la inesperada visita de la Madre Naturaleza que como gratitud por su labor botánica le regaló un saquito con dos semillas muy especiales.
Eligió las macetas más bonitas que tenía, utilizó el mejor abono y la mejor tierra, pero esta vez sus cuidados fueron un tanto diferentes: agregó el doble de azúcar al agua y en lugar de folías les cantaba boleros cada mañana.
Con los primeros brotes descubrió que no se trataba de plantas comunes. En lugar de pétalos salían pelos, allí donde debía haber corola aparecieron unas redondas caras sonrientes, los tallos eran unos fornidos torsos y unos largos brazos hacían las veces de ramas. ¡Estaban creciendo hombres en sus macetas!
La Madre Naturaleza no le había dicho de qué especie eran las semillas, así que pensó que debía ponerles nombre, a uno le puso Al Mendro y al otro Tom Atero.
Rosa pudo observar que a medida que iban creciendo se iban comunicando con ella: hablaban, sonreían, hacían cosas muy extrañas para ser unas simples plantas... ¡Claro, eran hombres!
También pudo percibir que se comportaban de forma diferente, mientras que Tom Atero era muy extrovertido (la elogiaba diciéndole lo guapa que era, la hacía reír, la aconsejaba, etc.), Al Mendro era más introvertido, apenas la miraba, y pocas veces hacía algún tipo de comentario, la amaba en silencio.
Mientras Tom Atero la colmaba de halagos y ella se divertía mucho con él, ésta fue descuidando las atenciones hacia Al Mendro, y éste se entristecía marchitándose poco a poco.
Un día Rosa pensó en lo solitaria que había sido su vida hasta entonces y decidió compartirla con Tom Atero, además, él podría ayudarla en su labor de jardinería ¿Quién mejor que un hombre que había crecido como una planta para ayudarme a cuidar de otras plantas?, pensó.
Entonces ocurrió algo inesperado, Rosa Leda arrancó a Tom Atero para llevárselo a su lado, dejando a Al Mendro plantado.
De repente a Tom Atero comenzaron a salirle púas por doquier, pero aún así ella insistió. No hubo vuelta atrás, estaba decidida a soportar el dolor, un dolor que la acompañaría el resto de su vida.
Miró a Al Mendro desconsolada al darse cuenta del error cometido, y cuando sus lágrimas cayeron sobre él, este se convirtió en una bella flor a la que llamó Pensamiento ya que siempre lo tendría en su memoria y recordaría la injusta elección que tomó.